Unos aventureros recorrieron la ruta donde se perdió —en 1981— el israelí Yossi Ghinsberg, una incursión que se hizo famosa en todo el mundo
"Estaba dos semanas en la selva y no podía aguantar más. Me encontraba físicamente débil y a punto de perder el conocimiento. Habían pasado dos días desde que dejé Curiplaya y eso significaba que llegaría a San José (de Uchupiamonas) a la mañana siguiente (...). ¿Qué pasaría si no llegara mañana? Caminé despacio, perdí mi camino y perdí mucho tiempo (...) Y pensaba dentro de mí, mañana encontraré la villa, será una sorpresa para mí".
En el libro Perdido en la selva - A harrowing true story of adventure and survival (Lost in the jungle - Una desgarradora historia real de aventuras y supervivencia), el israelí Yossi Ghinsberg relata las tres semanas que se perdió dentro del Parque Nacional Madidi. Su historia se hizo conocida a través del texto de más de 230 páginas e influyó para que miles de turistas de todo el mundo visiten esta región boliviana.
A sus 21 años, Yossi había trabajado como constructor en Noruega, pescador en Alaska y cocinero en Nueva York (EEUU). Luego de ello, su espíritu aventurero lo llevó a Sudamérica: Venezuela, Colombia, Perú y, finalmente, a Bolivia, exactamente al departamento de La Paz. Era noviembre de 1981.
Ahí fue donde el israelí conoció al austriaco Karl Ruprechter, quien prometió guiarlo por la Amazonia boliviana. A la peripecia se sumaron el estadounidense Kevin Wallace y el suizo Marcus Stamm. Los cuatro se adentraron en la selva —desde Apolo y luego Asariamas— como un reto para encontrar tribus salvajes y oro, pero después de peleas internas, el grupo se dividió: por un lado estaban Kevin y Yossi; por otro, Marcus y Karl. Estos dos últimos intentaron retornar a la civilización, pero desaparecieron para siempre.
En cambio, Yossi y Kevin viajaron por el río Tuichi en una embarcación rudimentaria. Cerca de una cascada, la corriente fuerte hizo que la balsa se volcara. Kevin llegó a la orilla, pero el israelí fue arrastrado por el río. En ese momento comenzó una aventura, que —39 años después— fue replicada por siete aventureros, quienes experimentaron la sensación de estar perdidos en la selva, y lo hicieron gracias a la agencia Bolivia Tour.
“La verdad, sólo conocía Rurrenabaque, pero nada de la selva”. Como egresada de geología y viajera empedernida, a Grace Rojas la brillan los ojos cuando recuerda la expedición hacia el Madidi, porque también fue inolvidable para ella.
Así como inicia el libro del israelí, la expedición comenzó en la urbe paceña y continuó en Apolo. “En el pueblo, toda la gente era amable. Ahí nos alimentamos con un típico desayuno yungueño y compramos provisiones: charque, mucho pan, arroz, fideo y verduras para sobrevivir”, rememora Grace.
Después de dos horas y media de viaje, los integrantes de la delegación llegaron a la comunidad Azariamas, dentro del parque nacional.
Mientras algunos armaban las carpas, los guías —Juan Salazar y Limberth Sevillanos— unían varios neumáticos, sobre los que sujetaron sogas y troncos con el objetivo de armar una balsa grande.
La noche antes de adentrarse en la selva, Limberth reunió a todos para informarles sobre las condiciones del río, pues iba a ser peligrosa, por lo que debían memorizarse las instrucciones de supervivencia.
El día siguiente, el panorama era mágico, con un río enorme, donde la embarcación iba a tener su primer reto, al transportar gas licuado, alimentos y a los aventureros.
Para el fotógrafo Salvador Saavedra, la incursión no empezó bien. “Acabo de sumergir mi teleobjetivo en el río. Se me hace complicado aceptar que tal vez pierda mi herramienta de trabajo favorita”, cuenta en un cuaderno de bitácora que resistió las inclemencias de la Amazonia.
A pesar de aquel percance, nadie pudo evitar quedar impactado por la naturaleza que los rodeaba. “No puedo creer que esté acá en este momento. Muy poca gente tuvo y tendrá esta oportunidad alguna vez”, comenta Salvador acerca de una cascada desconocida, que se caracterizaba por ser muy alta y caudalosa.
La alta temperatura y el agua cristalina invitaban a bañarse en el río, aunque había que sopesar con la presencia de insectos. “Las hormigas eran una molestia porque, al estar en su hábitat, se subían a los pies y mordían muy fuerte”, cuenta Grace. Ese momento, ella y los demás entendieron por qué los guías siempre iban con medias largas, zapatos y pantalones largos.
Después de caminatas duras y largas, los aventureros iniciaron la etapa más dura: los ríos rápidos, donde se hundió la barcaza de Yossi y Kevin. El viaje transcurrió con un agua mansa y tranquila en la primera parte. Pero poco a poco, como si la naturaleza activara sus defensas, el río empezó a embravecerse. Estaban en el cañón de San Pedro. A pesar de su experiencia, los guías mostraban su preocupación. “¡No se rían, no se distraigan, estén atentos a lo que pase, escuchen las indicaciones!”.
En ese sector, el río se torna indomable, con rocas altas que pueden ocasionar el hundimiento. “¡Izquierda, izquierda!”. Los navegantes que están a la izquierda deben remar con más fuerza. Cuesta dirigir la embarcación. “¡Abajo, abajo!”. En un momento, la balsa está debajo del agua. Los tripulantes, también. Por esa razón, todos han dejado de remar y se resguardan en el fondo, en espera de que pase la parte peligrosa. De alguna manera, todos sienten la adrenalina de Yossi y Kevin.
Al día siguiente, con las energías repuestas después de desayunar un pez gato frito, los aventureros caminan hacia unas cascadas que tiempo atrás eran inaccesibles, hasta que un derrumbe abrió el paso. El camino es escabroso, con piedras filosas que incluso pueden cortar la planta de los zapatos. Por otro lado, la recompensa por la intensa caminata es contemplar una selva de verde intenso. “Era como si el universo mismo me estuviese mostrando uno de sus rincones más íntimos y secretos”, escribe Salvador en su bitácora.
La historia fue diferente para Yossi: después de 21 días en la selva, el israelí estaba preocupado por sobrevivir, pues estaba desnutrido, sediento y enfermo. Descansaba donde podía, ante la amenaza de serpientes, arañas y otros animales salvajes, hasta que un atardecer escuchó un sonido fuerte. Aún incrédulo por lo que estaba pasado, notó que ese ruido era de un motor de bote, donde había cuatro personas, entre ellas, su amigo Kevin, quien, después de caminar varios kilómetros y llegar a un sitio habitado, inició la búsqueda de su amigo, a quien no volvió a ver por causa del río indomable del Parque Nacional Madidi.
¿Cómo transcurrió la aventura de los aventureros bolivianos? Como si fuera un museo vivo, visitaron los sectores que recorrió Yossi, y experimentaron hasta los mismos miedos, como cuando una lluvia convirtió el agua cristalina en una corriente que podía voltear la balsa, si no fuera por la pericia de Juan y Limberth.
Después de siete días de incursión, los siete viajeros llegaron a Rurrenabaque y después partieron a la sede de gobierno, donde relataron sus experiencias, como que, en uno de los momentos de descanso, mientras lavaban su ropa, uno de los viajeros encontró billetes en uno de sus bolsillos. “Ahí nos dimos cuenta de que ese dinero no servía para absolutamente nada en la selva”, recuerda Grace.
Dentro del Madidi, lo que menos importa es el dinero, sino la naturaleza. Tal vez por eso, en medio de la jungla, los viajeros coinciden en que se encontraron consigo mismos, paradójicamente en el lugar donde un israelí se perdió hace cuatro décadas.
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