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Foto del escritorMarco Fernández Ríos

Etno Café Cultural: la eterna mística de la Jaén

Es un referente paceño, por las actividades culturales, la casa antigua y sus sabores artesanales



El misticismo de la calle Jaén no se puede explicar sin la cruz verde de la esquina, las historias de fantasmas y duendes, las casas de estilo republicano con paredes de colores intensos y, obviamente, el acogedor Etno Café Cultural, un espacio que combina cultura, historia, literatura y el empeño de una familia, que comenzó este emprendimiento con una sala de arte y lo convirtió en uno de los locales más populares de La Paz.

Hace un año —cuando la ciudad no atravesaba el nuevo coronavirus—, el paso de personas era constante por esta vía empedrada, en su mayoría turistas que quieren conocer la angosta vía que alberga cinco museos. Ahí es donde nació y creció Yumi Tapia, la propietaria del Etno Café Cultural. “Antes, la gente tenía miedo de pasar por esta calle, por los fantasmas, por los duendes, por las historias que se tejieron en torno a la cruz; pero para mí era divertido estar en esta casa porque estaba lleno de misterio”.

El tiempo se ha detenido en la Jaén, por los balcones con rejas metálicas o de madera, los faroles y los techos de teja, que dan la sensación de estar en los tiempos de Pedro Domingo Murillo. A pesar de todo esto, una tea de metro y medio que cuelga en la pared y un cartel de madera seducen más.



Construida a finales del siglo XVIII, la vivienda con el número 722 pasó por varios dueños, hasta que fue comprada por Isolina Ledezma, quien vivió con su sobrino Jorge Tapia —padre de Yumi—, hombre de múltiples habilidades, que podía desenvolverse como economista, analista de sistemas o como miembro del Partido Comunista de Bolivia (PCB), quien se encargaba de hacer murales clandestinos en contra de la dictadura militar de los años 70. Así como Yumi nació en esa casa, también heredó las habilidades de su progenitor, ya que estudió Artes y, al poco tiempo, abrió una tienda de exposición, a la que llamó Etno.



Hace 13 años, ese espacio se transformó en un café, con tres mesas, bancos de madera y una pequeña barra. “Etno, que era la etiqueta de mis obras, es una referencia a las etnias urbanas, una modificación de lo étnico y etnográfico”, explica Yumi.

Los primeros meses fueron los más difíciles, pues resultaba complicado convencer a la gente que fuese a tomar un café a la calle de los fantasmas y los duendes. Por ello, la artista y su familia convocaron a sus amistades para que visitaran el nuevo local. En poco tiempo se corrió la voz de que había un espacio misterioso y tranquilo, donde había variadas presentaciones artísticas.

Después de seis años, Yumi comprobó el éxito que había logrado su local, pues tuvo que habilitar otros ambientes para la llegaba de más público. “De haber sido algo bien chiquito se convirtió en una miniempresa. La gente nos buscaba porque nos habíamos convertido en un referente”.


Mientras se escucha No woman no cry, de Bob Marley, surge la disyuntiva de pasar al ambiente de la izquierda, donde están las mesas de sal y caricaturas con personajes de tamaño natural, o a la derecha, un espacio más amplio, donde se llevan a cabo lecturas de poemas o novelas, proyección de documentales, debates o la presentación de artistas musicales. En lo que coinciden ambos espacios es que las velas en medio de cada mesa hacen que la oscuridad sea agradable.

Etno Café Cultural se ha convertido en un referente cultural. Los lunes solía haber poesía, los martes estaban dedicados a la lectura del tarot, los miércoles estaban reservados para conferencias, lecturas, coloquios o la proyección de documentales; los jueves y sábados eran para escuchar música suave, mientras que el viernes estaba reservado para la reunión de amigos. Maldita pandemia.

El otro ámbito que diferencia al Etno es su propuesta de licores artesanales, como los hechos de chuchuhuasi, coca, tamarindo, café y dulce de leche. Sobre esa base surgieron el Tour Boliviano, una combinación de cinco bebidas, y el Nosferatu, que contiene ajenjo, whisky y gin, y que se sirve en un cáliz de plata, acompañado por una hostia. Café orgánico yungueño, tostado especialmente para el pub, y pizza hecha con una receta italiana son las otras particularidades que, además de las actividades culturales, hicieron que, en marzo del año pasado, la Secretaría Municipal de Culturas de La Paz le otorgara el certificado de espacio cultural privado. “Para nosotros ha sido una noticia grata, después de dos años y medio de haberlo perseguido y 13 años de constante aporte a la cultura”.



“Aquí se conoce a mucha gente y a muchos turistas. Este local es conocido en todo el mundo, hasta en Rusia y Corea”, asegura María Teresa Higa, socia y madre de Yumi, quien para demostrar que el lugar es muy conocido muestra las dedicatorias en diversos idiomas y los billetes extranjeros que los clientes han dejado como recuerdo. “Ha pasado mucha gente —continúa Yumi, pero por un momento deja de hablar, mientras su mirada parece retrotraer los recuerdos de 15 años. Es innevitable que salgan lágrimas de sus ojos—. Artistas de todos los ámbitos —continúa—, música, danza, literatura, teatro, incluso de movimientos sociales”.

En abril del año pasado, Yumi quería traspasar el negocio, pero luego decidió continuar, pero la pandemia fue más fuerte que las ganas para seguir luchando en esta calle antigua. "Gracias por todo el cariño y apoyo que nos han brindado estos años de tantos regalos y aprendizajes. Nuestro corazón se ha hecho más grande con cada persona, cada momento, cada detalle… Es nuestro deseo que hayamos podido dejar una huellita que brille como una pequeña piedrita de arena también en sus corazones...", comenta en su muro de Facebook. No obstante, para aquellos que han sido asiduos visitantes del Etno Café Cultural, existe la esperanza de que el fuego de este querido local paceño vuelva a encenderse pronto, con un ajenjo, una pizza y con mucha cultura.


Texto: Marco Fernández Ríos
Fotos: Etno Cafe Cultural y Marco Fernández Ríos


(Con datos de una crónica publicada en la revista Escape, del periódico La Razón de Bolivia, el 9 de mayo de 2019)

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