A través de imágenes e historias, el taller La fotografía por su nombre —organizado por Miko Art Gallery— muestra espacios interesantes de una parte de la ciudad
Las calles, iglesias, miradores, pequeñas botellas de vidrio o relojes, algún hospital… Cuando se trata de narrar historias, todos los ambientes sirven para un contador de historias. Mejor si a ello se suman las imágenes.
En enero, nueve jóvenes de diversos oficios y estudios se reunieron durante dos semanas para compartir dos elementos en común: la fotografía y la redacción. Para la materialización de estas inquietudes, Miko Art —plataforma para la creación y difusión de arte en sus diferentes disciplinas— organizó La fotografía por su nombre, un taller en el que los participantes mostraron, en blanco y negro, los espacios que suelen visitar.
Satélite del lago
Carlos Fiengo
Como resultado de una visita a la Isla de la Luna, Carlos consigue una mezcla de mitos, un espacio en medio del lago Titicaca y una familia, para obtener como resultado unas imágenes y una historia que llevan a imaginar que el satélite de la Tierra está íntimamente ligado a esta parte del Lago Sagrado.
Protegida entre montañas y aguas heladas descansa la comunidad Coati, santuario de la libertad y las energías femeninas andinas residentes en el templo Iñaq Uyu, lugar resguardado y conservado por Francisco Mamani y su familia.
Reconocerse, explorar, sanarse y regresar son unas cuantas reacciones —de la vasta cantidad— que conlleva conocer aquella isla del Titicaca, capaz de hacerte volar a un satélite natural proveniente de la Luna.
Mirada de mujer
Adriana Andrade
De un tiempo a esta parte, las calles paceñas se han visto adornadas con murales. Éste es el caso del Pasaje Melchor Jiménez, escondido entre las calles Linares, Sagárnaga y Santa Cruz. Ahí, Adriana resalta la valía de la mujer boliviana.
Las paredes del Pasaje Melchor Jiménez tienen tatuajes que recuerdan el Día de la Mujer Boliviana. Es un espacio que refleja tradición, cultura e identidad.
Esas pinturas expresan ternura, amor, fuerza y lucha características naturales para conseguir sus objetivos. Así es la mujer boliviana, dinámica y consecuente. Una mirada interna que trasciende el mundo y marca el rumbo del camino.
Estoy aquí
Kenny Zapata
La iglesia es un lugar de encuentros, en especial durante este tiempo en el que el mundo sufre por el nuevo coronavirus. En ese ámbito, Kenny muestra cómo este espacio se convierte en un lugar de esperanza, en un diálogo con un ser omnipresente.
Por las innumerables pérdidas de seres queridos, ocasionadas por el COVID-19, muchas personas encuentran un refugio en las cumbres de un Dios.
“Me visitan cuando nacen y cuando mueren. Todos son bienvenidos a este hogar de amor verdadero, nunca les cierro las puertas porque encuentro fe en sus corazones”.
“Mantengo viva la llama efervescente de amor y esperanza, cada día, cada semana, cada momento, cuando lo necesitan y cuando lo quieran”.
“Mira arriba y sabrás que estoy ahí presente, contigo, a tu lado”.
Ven, recuéstate en mis faldas, llora desconsoladamente y encuentra la tranquilidad y paz que buscas.
“Ven con tu familia y amigos a agradecer y pedir fuerzas en el alma para salir adelante”.
Lean fuerte sabias palabras, proverbios, pensamientos, gritarlos con el corazón en la mano, que desde el cielo caigan los milagros.
Hospital enfermo
Karen Pérez
Otro espacio recurrente son los hospitales, donde cada día ingresan personas enfermas con la esperanza de restablecerse y retomar sus actividades. En su exposición, Karen muestra un centro de salud que también sopesa por descuidos, que hacen que luzca más enfermo que los que acoge entres sus paredes.
Es un lugar al que llegas con la intención de curarte de una enfermedad. No obstante, al estar ahí, encuentras un espacio donde sientes que tú tienes que sanarlo, porque es una infraestructura vieja y desgastada. Causa inseguridad. Pero como no encuentras otra alternativa médica, debes confiar en él, para al menos tú poder restablecerte.
Expiación del caos
Marcelo Meleán
Entre otras cosas, La Paz es singular por sus subidas y bajadas. Marcelo aprovecha estos declives para hacer una comparación con las culpas, el cansancio y el ascenso hacia el perdón de los pecados, en un camino que lleva a la iglesia de una zona periférica de la sede de gobierno.
Es irónico cómo, casi de manera voluntaria, aceptamos purgar nuestros cuerpos con cada paso, viviendo día a día, en el fondo de la realidad que nos envuelve en un caos que nunca termina, hasta que decidimos retornar a casa, pero antes nos espera una última expiación, como si fuera necesario hacer un sacrificio final para poder descansar, una última peregrinación para que nuestro día esté completo, una última cuesta…
Diario de S
Iris Kiya
Las historias también pueden engendrarse en la imaginación. Es el caso de la obra de Iris, quien cuenta cómo es que un fotógrafo puede ser jactancioso y tal vez decepcionar a un cliente.
La gran desgracia de los fotógrafos es que son y serán siempre los más jactanciosos frente a otras personas, en especial si son de su misma rama artística. Lástima que no pueda negar con honestidad el compromiso que tengo para con los otros. Debo añadir que los hombres en general, y en especial los que carecen del ojo fotográfico, tienen en su mente las ideas más descabelladas y absurdas. El principal error de estas personas puede encontrarse en la siguiente frase que repiten como todos los aficionados de esquina. Los aficionados miran como niños, es decir, ven. ¿Cómo miran los niños? Miran como M me ha descrito su proyecto fotográfico. M mira con intervalos todos los objetos que desea fotografiar. M ve una historia antes y después de la imagen. M ve como un niño porque no es un fotógrafo. M mira, yo sé que mira, sólo que todavía no puedo entender qué. Yo, como el buen fotógrafo que soy, debo añadir que me ha sido difícil cumplir los caprichos de M. M tiene una lista. M tiene un propósito que ha abierto mi curiosidad de hombre jactancioso, de hombre, no de fotógrafo. Esta primera imagen ha sido curiosa, él me ha mandado seis elementos a fotografiar, yo solo hice cuatro. No supe interpretar la historia, es demasiado críptica para mi empresa como fotógrafo. Los detalles técnicos no merecen explicación, me los conozco de memoria. Con el tiempo he aprendido que los fotógrafos son los más jactanciosos frente a otras personas. ¿Cuál era la frase? No lo recuerdo ahora, pero todos los días me siento como Weegee esperando a su Naked City.
Otra tiniebla
Natalia Valderrama
La calle Isaac Tamayo tal vez sea una de las que tienen mayor cantidad de negocios de diferente índole. Por ejemplo, la venta de focos. En este caso, Natalia compara la luminosidad de este sector con las actitudes más bien opacas de alguna gente.
Los lugares más iluminados pueden ser también los más solitarios, ajenos y desamparados. Están llenos de sensaciones que son directamente opuestas a lo comúnmente relacionado con la luz. Ahí, la gente pone en evidencia sus más profundos tormentos, desconfianzas, miedos y frustraciones, porque las luces más fuertes generan las sombras más oscuras. Y siento sorpresa ante tantas luces entre las tinieblas.
Retratos de un desencuentro
Paola Ancasi
Los micros. Aquellos vehículos que, cuanto más pasa el tiempo, se vuelven más acogedores y más queribles. Aunque Paola descubre que, más bien, es un espacio donde la gente evita socializar, con excepción de un conductor…
“Buen día. Centro, por favor”, murmura un pasajero mientras desliza algunas monedas en la mano del chofer. No cruzan miradas, el intercambio es tan impersonal como la educación se los permite.
En un bus pueden entrar cerca de 30 personas, en el reducido espacio de 7×3 metros, aproximadamente; pero cuando está lleno, inesperadamente lo que reina es la quietud.
Don Nelson, conductor de esta línea desde hace 30 años, aún no se acostumbra al abrumador silencio y confiesa que extraña los ruidosos buses escolares que solía manejar. Apenas inicia su ruta coloca en la radio su estación favorita, porque le hará compañía.
No importa cuál asiento elija el primer pasajero, el segundo se sentará en la fila opuesta tan distante como le sea posible. Mientras más pasajeros llenan el micro 135 —que antes de la cuarentena tenía la ruta más transitada del sindicato Villa Victoria—, más desesperados serán los esfuerzos por aislarse y discretamente alejarse de sus pares.
Los humanos, pese a ser considerados una especie social, luchamos constantemente por proteger nuestra pequeña burbuja, incluso en los espacios más estrechos, hallando escapes al contacto personal a través de nuestros teléfonos celulares, audífonos o en las ventanas a disposición.
Hay cierta etiqueta no escrita que te exige no intercambiar miradas, evadir lo más posible cualquier conversación y abstraerte para ser inaccesible, cerrando así las puertas a la posibilidad de conocer un poco más de las miles de historias que nos rodean.
Don Nelson se extraña un poco cuando extiendo la conversación más allá del saludo y de mi parada, pero sus ojos reflejan alegría y apaga la radio. Se revela como un amante de los viajes, afición que compartimos. La charla se corta abruptamente cuando el bus empieza a llenarse, así es que vuelve a encender la radio.
Al llegar a mi parada apenas logro despedirme. Me he quedado con muchas preguntas sobre sus viajes y me entristece la certeza de que es poco probable que volvamos a coincidir. Así como sé que tampoco volveré a ver a las muchas personas que alguna vez se sentaron a mi lado y nunca tuve el atrevimiento o interés de hablarles. Puede que no representen un cambio radical en mi vida, pero indudablemente se siente como una pérdida.
Dialogando con el silencio
Silvia Benito
Entre La Paz y El Alto hay una terraza natural, donde la gente suele ir a relajarse, meditar o simplemente observar el horizonte. En uno de aquellos miradores, Silvia muestra algunas postales de una conversación sin sonidos, más que del interior del alma.
Hay un espacio que te conecta y desconecta al mismo tiempo, donde el viento respira, el tata Inti te acompaña, los apus y los achachilas te observan; donde el silencio es tu mejor aliado, donde es posible olvidar aquello que desgarró nuestra alma, o la llenó de luz.
Mientras, observo cómo pasan los días, las horas, los minutos, la vida…sin saber qué se oculta detrás de cada silueta que se va apropiando de ese espacio, que se adueña y lo hace suyo.
Y así transcurren los días, la gente, en los amaneceres de siempre y el ocaso de nunca jamás.
Texto: Marco Fernández Ríos
Fotos: Resultado del curso La fotografía por su nombre
Cuidado de edición: Escriteca (70563637)
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